Quienes nos acercamos al mundo de las cooperativas y creemos en ellas como instrumentos de transformación social, debemos tener muy claros cuales deben ser los principios y valores que inspiran esta propuesta de hacer colectivo. Y son precisamente estos principios y valores, recogidos en el artículo 4 de la Ley 14/2011 de Cooperativas Andaluzas, los que, como Empresas de Economía Social, constituyen la principal diferencia del resto de sociedades mercantiles.
Así, tenemos muy claro que cooperación, democracia interna, autonomía e independencia, igualdad, cooperación, adhesión voluntaria, formación, … son principios que deberían regir la vida cotidiana de la cooperativa. Pero ¿realmente es así?, ¿en qué medida tenemos interiorizados estos principios?, ¿basta con tener interiorizados estos principios o valores para que el hacer cotidiano de nuestra cooperativa realmente responda a estos principios?
Creemos que no, sobre todo por una cuestión esencial: cuando hablamos de principios o valores nos estamos quedando con una sola parte de las personas que integran la cooperativa, la parte mental. Sin embargo, las que integramos las cooperativas venimos condicionadas no sólo por conceptos o valores, ideas, si no que a la hora de actuar juegan un papel importante nuestros sentimientos, actitudes y habilidades.
Es difícil pregonar la democracia interna cuando no hemos desarrollado habilidades grupales de escucha y empatía; es difícil apelar a la igualdad cuando lo que hemos mamado es individualismo y patriarcado; es difícil creer que actuamos cooperando cuando llevamos asumida la competitividad; es difícil.
Por eso, consideramos necesario empezar a visualizar nuestro hacer cooperativo no sólo desde la idea del pensar (principios y valores), si no que debemos profundizar en trabajar nuestro sentir (emociones) y nuestro actuar (actitudes y habilidades).
Porque no podemos olvidar que la cooperativa es un ente independiente conformado por personas individuales, con sus miedos y prejuicios, con sus deficiencias y capacidades,… Y por ello, aceptando que la formación continua es uno de los principios básicos de la cooperativa, junto a actividades de formación que nos permitan prestar servicios más cualificados y mejorar el funcionamiento interno de nuestras cooperativas, debemos dedicar tiempo y recursos a la formación en habilidades grupales y el trabajo con las emociones.
Concretamente, consideramos necesario desarrollar, entre otras (confianza, sinceridad, asertividad, autoestima,…), las siguientes habilidades grupales:
Empatía: la capacidad para ponerse en la piel de la otra persona como algo absolutamente necesario para poder trabajar en equipo.
Escucha activa: aprender a reflexionar, entender y escuchar las propuestas de las demás, para que las ideas fluyan y se pueda adoptar la decisión más adecuada.
Comunicación: no sólo cómo nos expresamos, para poder hacer comprender nuestras propias ideas; sino, además, aprender a prestar atención a la comunicación no verbal.
Respeto: sólo desde la valoración de lo que dicen las demás podremos construir cosas juntas.
Capacidad de análisis y de crítica: aprender a ser capaces de analizar y criticar las propuestas de forma constructiva, facilita tomar decisiones completas fundamentadas en las opiniones de todas las personas que integran el equipo.
Resolución pacífica de conflictos: entendemos los conflictos como palancas de cambio (personal, grupal y social); el problema no es el conflicto en sí, sino la forma de enfrentarse a su solución. Por eso, aprender a resolver entre todas, de forma pacífica, los conflictos que se plantean, es una herramienta absolutamente necesaria para la consolidación de un equipo o grupo de trabajo.
Marisa Dávila Martínez y María Gallego Cano. Abogad@s en red SCA
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